Las raíces de mi árbol

 

Mauricio Meléndez Obando

 

Aunque el origen de mi interés por la genealogía es sui géneris (véase De ratones, reyes y otras genealogías), como lo es para cada individuo, este se centra en algún momento en la genealogía personal.

Así pues, de los apuntes que recopilé cuando preguntaba a mis padres y abuelos sobre sus progenitores y abuelos, surgieron mis primeras investigaciones, que pasaron a otro nivel cuando descubrí –gracias al historiador Carlos Meléndez– las opciones que ofrecían los archivos históricos, pues ahí podría encontrar a los padres y abuelos de mis tatarabuelos… y los padres y abuelos de esos otros antepasados…

Se abría un abanico al parecer inacabable de posibilidades: cada persona tiene 4 abuelos, 8 bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 cuartos abuelos, 64 quintos abuelos, 128 sextos abuelos, 256 sétimos abuelos, 512 octavos abuelos, 1.024 novenos abuelos, 2.048 décimos abuelos, 4.096 undécimos abuelos, 8.192 duodécimos abuelos, 16.384 decimoterceros abuelos, 32.768 decimocuartos abuelos, 65.536 decimoquintos abuelos, 131.072 decimosextos abuelos, 262.144 decimosétimos abuelos, 524.288 decimoctavos abuelos, 1.048.576 decimonovenos abuelos...

Por supuesto, uno comprende que en un país tan pequeño como Costa Rica, cuya población en los albores de la Independencia era de apenas 51.000 habitantes, se daría necesariamente el matrimonio entre parientes, por lo que muchos de nuestros antepasados se repiten en distintas partes del árbol y en otros casos no podemos conocerlos pues hubo siempre muchos hijos de madres solas, cuyos padres no se responsabilizaban de su crianza y ni tan siquiera reconocerlos, e hijos abandonados por ser el producto del “pecado”; de ahí la gran cantidad de “hijos de padres no conocidos” y de “hijos de la Iglesia” que hallamos para todo el periodo colonial.

En eso de los apellidos repetidos, por ejemplo, soy tres veces Meléndez, cuatro veces Ureña, siete Castro y catorce veces Mora…

Así, mis abuelos paternos eran parientes por varias vías, mis bisabuelos paterno-paternos también eran parientes, así como mis tatarabuelos. Pero también mis abuelos maternos eran parientes –aunque ellos mismos no lo sabían–, pues el bisabuelo paterno-paterno de mi abuelo era primero hermano de la tatarabuela matrilinial exclusiva de mi abuela (véase cuadro genealógico N°1 y N°2).

Por supuesto, también mis padres comparten algunas raíces, sin embargo, no muy cercanas. Las más próximas los llevan al primer tercio del siglo XVIII.

A los casos de padres “desconocidos” (quienes –eso sí– en su época se sabía quién era, pero no trascendía el nombre en los documentos oficiales que se conservaron hasta hoy), debemos añadir el fenómeno del mestizaje de los siglos XVI y XVII –sobre todo–, que nos lleva a cientos de mestizos con apellidos castellanos pero de quienes no consta ni el nombre del padre ni de la madre, aunque a veces sospechamos quiénes pudieron haber sido…

cuadro gen n1

Añadamos también la infinidad de hijos de madres esclavas de quienes consta únicamente el nombre de la madre, que transmitía la esclavitud a sus hijos, cuyos padres eran a veces sus propios amos. Tenemos también infinidad de hijos de madres mulatas libres de quienes no consta la paternidad. Recordemos que la esclavitud estuvo en vigencia durante todo el periodo colonial y fue abolida en Centroamérica en 1824.

Sin embargo, también debemos añadir la pérdida documental como obstáculo para averiguar ascendencias pues, por ejemplo, para los siglos XVI y XVII en Costa Rica, la pérdida de documentos es amplia. Todos los bautizos (salvo unos pocos) y todos los matrimonios del siglo XVI hoy no existen, buena cantidad de los bautizos del XVII también se perdieron y todos los matrimonios anteriores a 1666 ya no existen. Además, la gran mayoría de series sacramentales (bautizos, matrimonios, confirmas y defunciones) más antiguas (1800 hacia atrás) presentan lagunas y pérdidas. Todos los protocolos del siglo XVI desaparecieron y buena cantidad del siglo XVII también.

cuadro gen n2

No obstante, la riqueza documental para la investigación genealógica en Costa Rica es aún considerable –pese a todas esas lagunas– y permite elaborar genealogías ascendentes y descendentes bastante completas. En ese sentido, somos un país privilegiado respecto de la mayor parte de América Central.

Pues bien, en mi caso, llevo más de tres décadas investigando mi propio árbol genealógico y ya he llegado a lo que llamo “puntos muertos”, muchos de ellos a inicios del siglo XVIII o en la última cuarta parte del XVII, aunque algunos están tan cerca en el tiempo como mediados del siglo XIX.

He decidido compartir la investigación genealógica de mis raíces –muy criollas por cierto– con otros interesados en la genealogía.

No es un trabajo acabado, sino en proceso, que iremos ampliando según nuestra disponibilidad de tiempo.