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Podando el árbol

 

Mauricio Meléndez Obando

 

Sin temor a equivocarnos, podemos asegurar que el árbol genealógico de los costarricenses es frondoso, con profundas raíces milenarias en el país, y con otras que nos llevan al Viejo Continente, África y Asia, y el origen mismo de la humanidad; sin embargo, el árbol está enfermo, algunas de sus ramas han sido atacadas por el matapalo, ocultando las verdaderas ramas de nuestro árbol. Por eso, se hace necesario podar el árbol…

La columna Podando el árbol incluirá artículos que analizarán filiaciones propuestas –y muchas veces tan irresponsablemente que se pueden considerar invenciones–, cuyos fundamentos nunca han sido revelados por quienes los injertaron ni por quienes después son simples repetidores de los yerros.

También se corregirán errores –desde simples hasta crasos– que aparecen en publicaciones genealógicas –incluidos algunos del autor de esta columna–.

Todo trabajo humano puede presentar errores y omisiones, y los trabajos genealógicos no están exentos de estos, pero la irresponsabilidad es otra cosa…

Sin embargo, también ha habido una laxitud en cuanto a la consulta obligatoria de fuentes primarias –que algunas veces responde a la perspectiva con que se abordan los estudios genealógicos y otras a la época en que se realizaron tales investigaciones–, a lo que nos hemos referido ya en La genealogía en tiempos de globalización y en el artículo “Ascendencias presidenciales: Genealogía de don José Joaquín Trejos Fernández” (Orígenes 1, 2012: 49-270), entre otros.

No es posible que se den por hecho filiaciones y fechas sin la consulta de documentos, toda vez que la columna vertebral de una buena genealogía es la correcta filiación y la más precisa datación posible del ciclo de vida de las personas que investigamos.

Todo esto resulta inexplicable en pleno siglo XXI, cuando el acceso a las fuentes primarias no representa ningún problema (Archivo Nacional de Costa Rica, Archivo Bernardo Augusto Thiel y Registro Civil) y cuando, incluso, algunas se pueden consultar en Internet, como la base de datos del Tribunal Supremo de Elecciones, para los datos más recientes, y la base de datos Family Search, de los Mormones, con información de la Iglesia Católica.

Mediante el análisis documental y el método deductivo –cuando sea el caso–, esperamos erradicar errores, simples invenciones o mitos fundacionales ampliamente extendidos en la genealogía costarricense, algunos de ellos en plena vigencia por la ausencia de la sana crítica de las fuentes secundarias que se consultan o porque quien las consulta ignora que los artículos en que se basa fueron elaborados por aficionados (llamándolos de alguna forma eufemística).

En su defecto, se dejará constancia de los fundamentos de nuestra duda y, eventualmente, plantearemos hipótesis según las fuentes documentales revisadas.

Para los aficionados a la genealogía podría uno excusar –aunque sea parcialmente– esa falta de rigurosidad, pero no así en quienes se consideran genealogistas y así se presentan.

Lamentablemente, también algunos genealogistas abrieron espacio a personas que confunden monografía con mamografía, personas con muy poca habilidad investigativa en genealogía –sobre todo– y escasa formación académica –aunque también he conocido algunas personas con poca formación académica formal que son excelentes investigadores y escritores sobresalientes–.

Otras veces, los aficionados a los que me refiero ocultan la falta de rigurosidad con categorías como “avance de investigación”. Cualquier avance de investigación académico debe seguir los lineamientos de las pesquisas científicas, la diferencia radica en que se trata de un trabajo inconcluso –por eso el término “avance”– pero no por eso carente de rigurosidad, de la consulta de las fuentes primarias ni de la veracidad de la información que se va a divulgar como cierta. Otra cosa muy distinta son los borradores y los apuntes... Llamemos las cosas por su nombre.

El mayor problema radica en que irresponsablemente se siguen repitiendo errores del pasado y añadiendo nuevas filiaciones equivocadas en el frondoso árbol genealógico de los ticos.

Mi actitud crítica ante los trabajos mediocres y el decirlo públicamente me ha acarreado epítetos de los más variados (ayatolá o creador de la genealogía probabilística, son dos ejemplos), lo que me tiene sin cuidado porque mi interés es el apego a la fuente, el sustento en la fuente, y, sobre todo, la referencia que permita a cualquiera comprobarla; o, en su defecto, que se mencionen los indicios que permiten deducir una filiación. Por supuesto, tampoco se trata de menospreciar la tradición oral familiar, pero al menos debe dejarse claro cuándo se trata de una versión recogida en entrevistas y quién fue la persona que citó la filiación anotada, no importa si fue la abuela Pepita.

En el caso costarricense, hay dos precedentes excepcionales importantes de genealogistas que llamaron la atención en ese sentido: Norberto Castro Tosi (1921-1971) y Hernán Fuentes Baudrit (1930).

En el primer caso, en su máxima obra, Armorial general de Costa Rica (versión digital, 2001), Castro Tosi analiza diversas filiaciones que han dado algunos autores para familias costarricenses, en las que él sustenta sus conclusiones en la documentación revisada. Como hemos citado en otras ocasiones, este importante trabajo de Castro Tosi presenta serias alteraciones –introducidas por manos criminales– que se apartan de la rigurosidad que lo caracterizaron. Es fácil darse cuenta de estas alteraciones, porque se trata de todos aquellos datos para los que no hay respaldo documental ni análisis crítico del autor. Y aunque no compartimos el sesgo hispanocentrista e hidalguista de Castro Tosi, sus trabajos son rigurosos, críticos y apegados a la consulta de fuentes documentales. No obstante, recalco, toda filiación no documentada del Armorial no es trabajo de Castro Tosi, sino de burdas alteraciones.

En el segundo, Fuentes Baudrit realizó en 1976 un excelente trabajo crítico de filiaciones que se publicaron –la mayoría– en diversas revistas de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas, en la que hacía un análisis crítico de esas filiaciones, tras lo cual comprueba el vínculo exacto o propone uno nuevo basado en la documentación por él revisada. (“La importancia de la investigación en las Ciencias Genealógicas”, Revista de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas 23: 275-305).

Por tanto, es prioritaria la tarea de revisión crítica de muchas genealogías publicadas en Costa Rica a partir de 1930 que carecieron de un trabajo de consulta de fuentes documentales primarias o de edición genealógica seria, pues muchas de ellas presentan muy graves errores y grandes lagunas.

Es un trabajo que debemos asumir colectivamente todos los interesados en la genealogía como disciplina científica y aun como pasatiempo. Un buen ejemplo por seguir es el trabajo de Ramiro Ordóñez Jonama, en Biblioteca genealógica guatemalteca (Tipografía Nacional de Guatemala, Nueva Guatemala de la Asunción: 1991).

No podemos seguir repitiendo los errores (e inventos inescrupulosos en ciertos casos) de algunos mal llamados genealogistas, a quienes, si acaso, podríamos llamar promotores genealógicos, o genealogistas aficionados, aunque algunos han sido galardonados en el exterior y homenajeados en Costa Rica...

De esta manera, Podando el árbol pretende convertirse en un esfuerzo en ese sentido y cualquier sugerencia será bienvenida.

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